Juan, un hombre de mediana edad, se encontraba en el ojo del huracán de la vida. Su esposa lo había dejado recientemente, llevándose consigo no solo su corazón, sino también una buena parte de su cuenta bancaria en forma de pensión alimenticia. Para colmo, su jefe, el siempre irritante señor Gómez, parecía haberse propuesto hacerlo la estrella de todas las reprimendas en la oficina.
Un lunes por la mañana, mientras Juan intentaba arrancar su coche viejo y ruidoso, que se negaba a cooperar, recordó la frase de Antonio Machado: "Caminante, no hay camino, se hace camino al andar". Decidió que ese sería su lema, aunque en ese momento su única opción era "andar" literalmente, ya que su coche parecía haber fallecido.
Llegó a la oficina sudoroso y tarde, con los cordones desatados y el pelo revuelto. El señor Gómez, con su cara de bulldog enojado, lo recibió con una mirada que podía derretir acero. "Juan, ¿otra vez tarde? Necesitas ponerte las pilas o no llegarás ni al viernes". Juan sonrió nerviosamente y se deslizó a su escritorio, evitando la mirada de sus compañeros que trataban de no reírse abiertamente.
nuevo camino. Se dio cuenta de que, aunque la vida puede ser una comedia de errores, siempre se puede encontrar humor y esperanza en los momentos más oscuros. Y en cada risa compartida con Marta, en cada pequeña victoria en el gimnasio, se hizo camino al andar.
Durante el almuerzo, mientras mordisqueaba un sándwich aplastado, Juan decidió que era momento de cambiar su vida. Inspirado por la célebre frase y un artículo sobre los beneficios del deporte, se inscribió en un gimnasio barato cerca de su casa. Su primera sesión fue un desastre: tropezó en la cinta de correr, confundió los pesos y casi aplasta a una señora que levantaba más que él. Pero, para su sorpresa, le gustó la sensación de haber hecho algo diferente.
Las semanas pasaron y, aunque seguía tropezando de vez en cuando, Juan empezó a notar cambios. Se sentía más enérgico y, sorprendentemente, menos agobiado por las constantes exigencias del señor Gómez. Incluso comenzó a divertirse con las situaciones ridículas en las que se encontraba. Como aquella vez que, mientras intentaba hacer yoga en casa siguiendo un video de YouTube, su gato decidió unirse y se enredó en sus piernas, haciéndolo caer de bruces.
Un día, en el gimnasio, conoció a Marta, una mujer que tenía un humor tan afilado como un cuchillo. Se rieron juntos de sus torpezas y pronto comenzaron a salir. Marta, con su actitud positiva, fue una bocanada de aire fresco en la vida de Juan. Juntos, enfrentaron sus problemas con una sonrisa y una broma siempre lista.
Aunque su situación en el trabajo no mejoró milagrosamente, Juan aprendió a no tomarse la vida tan en serio. Encontró un trabajo de medio tiempo que complementaba su sueldo y, con la ayuda de Marta, comenzó a organizar mejor sus finanzas. Descubrió que, aunque no podía controlar todas las circunstancias de su vida, podía elegir cómo reaccionar ante ellas.
Y así, paso a paso, Juan comenzó a construir su nuevo camino. Se dio cuenta de que, aunque la vida puede ser una comedia de errores, siempre se puede encontrar humor y esperanza en los momentos más oscuros. Y en cada risa compartida con Marta, en cada pequeña victoria en el gimnasio, se hizo camino al andar.